Mías son la paz y la dicha de Dios.
La paz y la dicha de Dios, me pertenecen. Hoy las aceptaremos, sabiendo que son nuestras. Y trataremos de entender que estos regalos se multiplican a medida que los recibimos. No son como los regalos que el mundo da, en los que el que hace el regalo pierde al darlo y el que lo recibe se enriquece a costa de la perdida del que se lo dio. Eso no son regalos, sino regateos que se hacen con la culpabilidad. Los regalos que verdaderamente se dan no entrañan pérdida de otro. Ello implicaría un límite y una condición de insuficiencia.
Pues dar se ha convertido en una fuente de temor, y así, evito emplear el único medio a través del cual puedo recibir. Acepto la paz u la dicha de Dios y aprenderé a ver lo que es un regalo de otra manera. Los regalos de Dios no disminuyen cuando se dan. Por el contrario se multiplican.
Pensaré en mis enemigos por un rato y diré a cada uno de ellos según crucen por mi mente:
- Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha de Dios sean mías.
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